En una nueva muestra del preocupante poder criminal que se teje desde los centros penitenciarios del país, las autoridades colombianas realizaron un operativo sorpresa en la madrugada de este viernes 30 de mayo en el patio 20 de la Cárcel Modelo de Cúcuta, donde descubrieron lo que parece ser una estructura delictiva en pleno funcionamiento: teléfonos celulares, droga, dinero en efectivo y una red de microtráfico con tentáculos que se extienden fuera de los muros carcelarios.
La intervención, adelantada de manera conjunta por el Gaula Militar y unidades de la Policía Metropolitana de Cúcuta, dejó al descubierto una serie de elementos que confirman que, para muchos internos, la reclusión es apenas un cambio de locación, pero no de actividad.
Entre los hallazgos se encuentran 24 celulares de distintas marcas, 40 tarjetas SIM las verdaderas armas de este crimen moderno, $284.000 en efectivo, 80 gramos de marihuana, 30 gramos de cocaína y varios objetos cortopunzantes de fabricación artesanal. Según fuentes judiciales, este arsenal era utilizado para extorsionar a comerciantes y transportadores del departamento bajo la modalidad de falso servicio, una práctica que ha venido en aumento y que, increíblemente, sigue siendo operada desde el interior de las cárceles.
Pero quizá lo más inquietante del operativo no es lo que se encontró, sino lo que representa: un sistema corrupto que permite el ingreso de celulares, drogas y dinero a una institución que, en teoría, debería estar bajo estricta vigilancia. ¿Cómo ingresan estos elementos? ¿Quiénes permiten que los internos tengan acceso a redes de comunicación completas? ¿Dónde están los controles?
Las autoridades, una vez más, informaron que el material incautado fue puesto a disposición de la Fiscalía General de la Nación. La pregunta que queda en el aire y que la ciudadanía se hace con escepticismo es si esta vez habrá resultados concretos o si se tratará de otro escándalo que se diluye entre comunicados oficiales y titulares de ocasión.
Mientras tanto, la Cárcel Modelo de Cúcuta sigue siendo un reflejo del fracaso del sistema penitenciario colombiano: más que un lugar de resocialización, se ha convertido en una oficina criminal con horarios flexibles, buena conectividad y sin mayor temor a la ley.